EL FARUDE DE LOS «DETECTORES MOLECULARES» EN MEXICO.

Enero 03, 2021

El funcionario de Defensa Nacional a la que le mostraron el «dispositivo», debió haberse sentido como quien encuentra un oasis en un inhóspito desierto: que conveniente era que, precisamente en el momento en que la fuerza militar se incrementaba en todo el país, un «dispositivo» que podría encontrar droga a 700 metros de distancia salía a la venta.

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El artefacto del tamaño de una pistola de silicón consistía en un mango de color negro, con una antena muy similar a la de un coche, que podría localizar, presumían sus vendedores de acento inglés, todo tipo de drogas (incluyendo marihuana), elefantes, humanos y hasta billetes. El truco consistía, dijeron, en tarjetas intercambiables donde cada una se ajusta a la frecuencia del objeto a buscar.

Era esencialmente un aparato casi mágico contra narcotráfico.

La Secretaría de Defensa Nacional (Sedena), encantada, no compró unosino más de 700. Una ganga, debieron haber pensado, pues cada uno de ellos costó entre 20 y 38 mil dólares. La fiebre se esparció rápidamente en 2007 y 2008, años particularmente álgidos en materia de seguridad. Así, Defensa Nacional no fue la única instancia en adquirir los «modernos aparatos»; le siguieron la Marina, la Procuraduría General de la República, gobiernos estatales de Colima, Guanajuato, Estado de México, Sinaloa, Hidalgo, entre otros.

En total, se compraron 1,112 aparatos modelos GT-200, uno de los infames detectores moleculares de origen británico que provocó verguenza para instituciones mexicanas que gastaron cerca de 450 millones de pesos por las que, después se comprobó, eran cajas vacías de plástico con una antena de radio pegada. El dispositivo en realidad no lo crearon los vendedores ingleses, originalmente fueron creados y se comercializaron en Estados Unidos como detectores para pelotas de golf.

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La fiebre de los detectores moleculares, todos querían el suyo

México fue parte de la tendencia iniciada por persuasivos vendedores británicos que fundaron sus propias empresas de venta de detectores moleculares. Aunque existieron media docena de ellas, las más prósperas fueron las de Samuel y Joan Tree que vendian el Alpha 6; la de James McCormick que vendía el ADE650 a través de ‘Advanced Tactical Security & Communications‘ (ATSC); y Gary Bolton, el fundador de ‘Global Technical Ltd‘.

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Pero el profeta de la fiebre de los detectores moleculares no provenía del antiguo continente, sino de Estados Unidos. Malcolm Stig Roe fue el precursor de hacer pasar el producto originalmente conocido como «The Golpher«, por un sistema de detección mucho más avanzado. Vendió decenas de «detectores de explosivos» a oficinas de policía local en Estados Unidos en la década de los 90.

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Lo vendió con un nombre mucho más presuntuoso: el Quadro Tracker adquirió fama (y ventas) en Illinois y Georgia, lo que llamó la atención del FBI. Cuando la agencia hizo sus propios exámenes, llegó a la conclusión inevitable de que se trataba de un pedazo de plástico inservible, y emitió una alerta en contra de la estafa. Malcolm entonces mudó su negocio a Reino Unido, en donde ya conocía a Samuel y Joan Tree.

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Los tres hicieron crecer el negocio, al que pronto se añadieron los ingleses Gary Bolton y Jim McCormick. Poco duró la alianza: la ruptura del grupo hizo que McCormick fundara ATSC y Bolton hiciera lo propio con Global Technical. Pero McCormick realmente entendió el negocio: vendió el detector molecular ADE650 a agencias de seguridad de Líbano, Nigeria y China, y aunque lo intentó, no pudo convencer a Canadá.

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La explosión de la fiebre sucedió cuando McCormick consiguió vender la friolera cantidad de 5,000 dispositivos a Iraq, país resuelto a establecer medidas de seguridad más férreas, pues atentados entre 2006 y 2008 habían provocado ya la muerte de más de 1,000 iraquíes.

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Los ingredientes eran claros: se necesitaba de lugares que, desesperados en sus búsquedas por concretar seguridad, estaban dispuestos a casi todo, incluso a los métodos más inverosímiles.

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En 2007 ocurrió: los detectores moleculares llegaron a México, en particular, el GT200 de la compañía de Bolton. Como no podría ser de otra forma, en México se bautizó con un nombre bastante más dramático, «La Ouija del Diablo«.

«La Ouija del Diablo»: la sensación de 2007

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Cuerpos armados estaban fascinados por la funcionalidad del dispositivo. Sedena incluso tuvo comunicación oficial a medios sobre operativos de incautación de armas y drogas que, dijeron, no se habrían conseguido sin la Ouija del Diablo.

En 2010 El Universal detalla el siguiente texto titulado «Con detector molecular aseguran arsenal y dinero» explica que la Sedena hizo 11 operativos en Michoacán en los que se consiguieron 120 mil dólares en efectivo, y encontraron abandonados en maleza (con «ayuda» del detector) dos fusiles AK-47, tres pistolas revolver, ocho armas tipo escuadra, tres submetralladoras, y más armamento.

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Excelsior en octubre de 2008 escribió sobre los detectores moleculares en la nota «Nueva arma de Sedena pone a temblar al narco«, texto que asegura que la Ouija del Diablo es un invento británico que usa el ejército inglés desde el 2000. Aunque la nota fue eliminada de su sitio, se puede consultar vía web.archive.

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La «inversión» tenía que dar frutos: Sedena ya contaba para entonces con 742 aparatos, Semar con 102 y hasta Pemex había conseguido 54, según solicitudes de transparencia conseguidas por medios.

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Gary Bolton

Los detectores moleculares fueron usados en Kenya, Líbano, Jordania, China, Iraq, México, entre otros.

Las instancias de México o ignoraron por completo la advertencia de una década atrás del FBI, o simplemente no hicieron ningún tipo de investigación previa sobre los «dispositivos». El Estado Mayor presidencial incluso llegó a decir que antes de la compra los aparatos fueron probados por personal experto en explosivos de ese mismo cuerpo. La Sedena comenzó a utilizarlos en sus retenes aleatorios en carreteras del país, y si la antena señalaba a alguien, era motivo suficiente para llevarlo a proceso por supuestamente haber tenido contacto con drogas o armas.

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Las falsas acusaciones se arremolinaron, a tal punto que la Comisión Nacional de Derechos Humanos expidió recomendaciones sobre el uso del dispositivo. El caso de Ernesto Cayetano Aguilar fue uno de los más sonados: de origen mixe, Ernesto viajaba de Coatzacoalcos para visitar a su hijo, cuando el autobús en el que iba fue detenido para un retén. A varios asientos de distancia fue encontrado un paquete de marihuana, y cuando inspeccionaron a todos los pasajeros, el detector molecular lo apuntó a él. Aunque no se le encontró drogas o armas, fue recluido en el penal de máxima seguridad de Villa Aldama por ocho meses, hasta que se determinó que no había elementos jurídicos para procesarlo.

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Como Ernesto, miles más de detenciones bajo condicione similares ocurrieron. La Ouija del Diablo habría llevado a 5,000 personas a la cárcel, según retoma Reporte Índigo, y habría ocasionado más de 1,000 cateos ilegales, motivados en que el «dispositivo» apuntaba a domicilios que tenían droga o armas dentro. Para 2015, 1,980 personas detenidas a causa de la Ouija del Diablo seguían detenidas. Incluso se iniciaron juicios penales contra Defensa Nacional.

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La comunidad científica en México no se quedó callada. La Academia Mexicana de Ciencias ofreció hacer pruebas al «dispositivo» para comprobar su efectividad. El libro «The Impact of President Felipe Calderons War on Drugs in The Armed Forces» asegura que Defensa Nacional declinó la oferta de análisis argumentando que los detectores moleculares tenían que ver con «seguridad nacional«.

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Cuando el especialista del Instituto de Ciencias Físicas de la UNAM, Luis Mochán, se enteró que un artefacto con semejantes características había sido adquirido por gobiernos de los tres niveles, no podía creerlo. Era exactamente el mismo artefacto del que había oído hablar en la década de los 90.

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Los detectores moleculares no usaban baterías. Los fabricantes aseguraban que se cargaban con «energía estática», y que solo necesitaban que el usuario que los portara caminara un poco antes de operarlo.

Mochán, expresidente de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), como otros científicos de la UNAM y de la AMC, insistieron en todo momento en que los detectores moleculares no podrían ser otra cosa sino una estafa. Mochán no se conformó con la negativa de la Sedena a experimentos hechos por civiles, y siguió intentando obtener por vías institucionales capacidad para hacer pruebas al GT200.

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Luis Mochán.

Simultáneamente tribunales de todos los niveles se llenaban de quejas provenientes de personas detenidas a causa del detector molecular. El caos fue tal que la CNDH exhortó a gobierno federal a dejar de usar en su totalidad la Ouija del Diablo. Con tal movimiento solo era cuestión de tiempo para que alguno de los casos llegara a la Suprema Corte de Justicia.

Antes de que la Suprema Corte emitiera veredicto, Mochán consiguió su oportunidad. Un juzgado de Morelos recurrió a Mochán y a Alejandro Ramírez, científico de la Universidad del Estado, para hacer peritajes sobre la efectividad del detector molecular. El ejército también fue convocado.

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Instalados en bodegones, en enero de 2011, cuatro años después de que los detectores aterrizaran en México, la ciencia consiguió su oportunidad. Tendrían solo una, si faltaba rigor metodológico o había razón alguna para sospechar de los resultados, el caso podría venirse abajo.

El experimento fue tan sencillo como se pudo: 1,700 pastillas de anfetaminas fueron colocadas, alternadamente, en distintas cajas de cartón. El ejército designaría a un soldado que desconocía el contenido de las cajas y que operaría el artefacto. Todo el proceso quedó documentado en un videoreportaje hecho por El Universal, único medio de comunicación invitado al experimento.

El Universal grabó cuanto pudo. En el video se ve a Mochán entrando y saliendo del bodegón para, junto con un elemento de la Sedena, colocar droga en distintas cajas.

El GT200 atinó en tres de 20 intentos.

Alertas del FBI siguieron a la primera emitida en 1995. Hubieron también en 1999 y 2002. El Gobierno de Iraq ignoró todas y dijo en 2009 que el detector molecular sí funcionaba, en su experiencia. En 2010 el gobierno británico emitió alertas contra los detectores, todos ellos vendidos a nivel global desde Inglaterra.

Como Mochán, comunidades científicas de distintos países hicieron sus propios experimentos. Expertos en explosivos en Sidney dijeron que la caja negra del aparato era, esencialmente, una caja de plástico. El caso de Mochán fue tan trascendental que el investigador fue invitado dos años más tarde, al juicio contra Bolton.

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Reino Unido no se habría quedado de brazos cruzados. Toda empresa importante en el sector (la de los Tree, la de McCormick y la de Bolton) provenía de su país. En 2009 lanzaron una prohibición de exportación de los productos, pero solo era aplicable a ciertos países, México entre ellos. Con los detectores moleculares encontrando formas de salir del país, Reino Unido decidió invertir recursos para armar un frente conjunto, con especialistas, abogados e investigadores, contra todos aquellos influenciados por Malcolm, el persuasivo vendedor que en los 90 popularizó hacer pasar a los detectores de pelota de golf como detectores de explosivos.

En 2013, Mochán acudió a Reino Unido para testificar en contra de Bolton. El empresario Gary Bolton recibió siete años de condena y saldrá de prisión este 2020; los Tree recibieron solo algunos meses además de multas, y McCormick, el exitoso vendedor del ADE651 en medio oriente, fue condenado también en 2013 a diez años de cárcel, la máxima pena por el delito de fraude.

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McCormick fue condenado a 10 años

En México, el experimento de Mochán sirvió como insumo para cuando el caso terminó de llegar a la Suprema Corte de Justicia. En agosto de 2012 la Suprema Corte declaró que el detector molecular no era válido en la persecución de presuntos narcotraficantes, mucho menos para presentar acusaciones en tribunales.

Aún así, en retrospectiva, Mochán recuerda al experimento como una anécdota agridulce. Dijo a Proceso que los militares presentes preguntaron si los vecinos estaban tomando medicamentos, e incluso hicieron sacar del salón la mesa del café, pues podría «falsear los resultados».

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Mochán pudo probar que el «dispositivo» funcionaba azarosamente, pero los militares que estuvieron presentes siguieron sin creer lo que veían.

En México no hubo ni un solo responsable por las compras o las órdenes dadas para utilizar detectores moleculares. El distribuidor de la Ouija del Diablo en México, la empresa Segtec, opera con normalidad.

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